viernes, 9 de enero de 2009

Hombre en llamas

Hacía ya tres meses que no salía de su casa. Quienes más lo conocían buscaban maneras de acercarse, o de que él se acerque, pero la verdad es que desde el accidente nadie lo había visto – más allá de esa noche en el hospital.


Lo que había pasado era de público conocimiento, pero él no se atrevía a abandonar su casa: a dejar la muralla que tan útil le había sido para alejarse del peligro, de todos los peligros que lo rodeaban.


Tomás Egras no había vuelto al trabajo al finalizar su licencia por enfermedad. No había vuelto a visitar a su novia. No había vuelto a hablar con sus padres. Lo único que hacía era pasar los días y las noches en su habitación.


Se ocupaba, casi exclusivamente, de un enorme rompecabezas que estaba desplegado en su piso de madera. Las piezas, de escaso tamaño, tenían una textura perfecta. Resbalaban entre sus dedos, se deslizaban, casi como extensiones de su cuerpo. Tomás sentía en ese rompecabezas su único alivio. Tal vez era la única manera de olvidar las quemaduras que cubrían la mayor parte de su cuerpo. Un gigantesco laberinto cubría la parte central de la imagen. Algunas plantas se ocupaban del resto, de las afueras, si bien el laberinto no tenía salida, solo una entrada. O quizás, solo una salida.


Era interesante para Tomás considerar esta posibilidad. Se veía en un laberinto que tenía una salida. Nunca alguien hubiera entrado ahí, sino que tal vez habría sido depositado, por obra de otra persona, o de algo más. Había logrado encastrar los alrededores del laberinto y sus gruesas paredes externas, pero no encontraba la manera de desentrañar su interior. No podía. Al menos, ya sabía que el laberinto tenía solo una salida.


Fue a la cocina, sirvió un vaso de agua que trajo nuevamente al dormitorio. Se dirigió luego al baño y nuevamente a la habitación.


El forense no pudo determinar cuántas píldoras había ingerido. Fue difícil incluso establecer la fecha de su muerte, ya que nadie lo había visto en un tiempo. La policía no tuvo dudas: un suicidio.


La casa de Tomás Egras está ahora vacía. Sus padres han decidido venderla. Las pertenencias de Tomás fueron donadas a una iglesia cercana. Casi todas. Salvo por una caja que ardió por algunos minutos en el hogar de la familia. Una caja con un rompecabezas, con un intrincado laberinto – uno con una sola salida.