sábado, 30 de noviembre de 2013

Sobre el deber ser


Tengo que escribir. Tengo que tener ideas geniales. Tengo que ser alguien. Tengo que triunfar. Tengo que apurarme. Tengo que ganar. Tengo que vivir. Tiene que ser ya. Tiene que ser pronto. Hay que comprar. Hay que disfrutar. Hay que reir. Hay que soñar y hay que cumplir con lo soñado. Tengo que viajar y conocer. Tengo que tener.

Estaba tan apurado porque salga algo que ni siquiera me ocupé de que fuera algo original (gracias que le puse tildes). Repetí las fórmulas más viejas. Las del antitexto. Me metí en la cuestión barata de describir lo que hacía con el escrito. Caí en las frases cortas tipo metralleta. Hay que apurarse. Me sentí el conejo de Alicia. Me vi llegando tarde a todo. Recorrí algunos lugares comunes y caminé sobre algunas frases ya escritas. Las cité incidentalmente y alegaré que están ahí para ver si el lector las encuentra. Si llego al estrellato de los estantes de las librerías, los críticos literarios le marcaran a quienes no sepan, quien es Alicia o las citas de soda stereo. Gracias totales.


¿Usted dice que esto ya está visto? ¿Trainspotting, acaso? Puede que sí. Sin embargo, este texto no es una crítica al sistema ni una apología de la muerte. Bah, no lo es siempre y cuando los posibles futuros críticos no digan que lo es. Si lo dijeran, me convertiría en un crítico del sistema. Eso mismo, debo ser lo que otros digan que soy. Tendré lo que otros sugieran que tenga. Escribiré lo que otros quieran que escriba. Triunfaré, si otros dicen que he triunfado. Vestiré como deba vestir y soñaré aquello que me impongan soñar. Seré bueno. Amaré al prójimo. No mataré. Beberé con moderación. Llamaré ya. Miraré atrás al bajar. Diré qué estoy pensando. Reiniciaré el equipo. Aceptaré. Cancelaré. Firmaré ahí. No cambiaré de canal. Haré fila ahí. Tiraré o empujaré, según corresponda. Actualizaré. Finalizaré.

viernes, 15 de noviembre de 2013

el viejos tiempo nos poniendo pasa vamos


¿Cuánto tiempo pasó? Es como cuando uno se despierta y no está muy ubicado. La situación es breve. En dos o tres segundos uno recupera la noción del espacio. Esa es la parte más fácil – incluso aunque no haya luz o uno se haya dormido en un ámbito que le sea ajeno. La noción temporal puede tardar un poco más. Por ejemplo, usted se recuesta en la cama a mirar televisión. Se duerme, sin necesariamente desearlo. Se despierta un tanto turbado, por el calor. El día se ha ido. Recuerda usted que aún había luz cuando se acostó, mas despierta en penumbras. Lo que le queda es manotear hacia un costado esperando que la tecnología móvil lo saque de la encrucijada horaria. Podría, también, mirar el televisor – si es que sigue encendido y no fue apagado entre sueños.

 Supongamos que han pasado horas, dos o tres de ellas. El verdadero problema – el quid de la cuestión – es convencer al cuerpo de que esto es así. Usted se levantó atontado. ¿Por qué cree que se levantó así? ¿Porque no planeó dormirse? ¿Serían las cosas distintas si lo hubiera planeado? ¿No estaría perdido, babeante y aturdido? Cada uno es libre de creer lo que quiera, pero yo creo que usted se está evadiendo. Para mí que usted se despertó atontado porque tiene la intención de jugarle de cómplice al tiempo, pero su cuerpo no se lo permite. Su cuerpo sabe. Su cuerpo sabe que el tiempo le ha mentido y usted prefiere encubrirlo antes que enfrentar la realidad.


Está bien igual. El cuerpo tampoco es tan insistente: como mucho le gritará la verdad en la cara hasta que se pegue una ducha. Una vez que el agua lo golpee, lo despierte y lo relaje, nadie recordará que han pasado, en realidad, dos o tres años. 

lunes, 4 de noviembre de 2013

"Queda para otro momento entonces"


Sí, así pasa con todo. ¿Cuántas cosas han quedado para otro momento en los últimos años? A veces pienso que sería mejor ni pensarlo. Seguramente podría generarse una lista interminable. Y “otro momento” no ha llegado. Y le digo que han pasado años, eh. Pareciera que no es tiempo de “otro momento”. “Otro momento” se esconde; es esquivo; no llega. “Otro momento” huye, como todo ha huido alguna vez, como todos hemos huido alguna vez.


Una postergación eterna. Mi vida se ha convertido en eso tan temido. Una vez me crucé a uno de esos tíos que se ven solamente en navidades o velatorios. De hecho, tengo la suerte de no verlo en las navidades, así que estoy seguro que me lo crucé en un velatorio. Adivine en que se cerró la conversación. Como diría Susana “coooorrrrectoooo” (Susana agregaría algún comentario de lo más estúpido como “ay yo no tenía idea” o “que suerte que tuvieron” o “esta la sabía” en caso de que la pregunta sea algo sobre modistos o Miami -  pero todo esto no viene al caso). Sí, terminada nuestra charla de ascensor – porque las charlas de velatorio comparten mucho con las de ascensor – me dijo “nos tenemos que juntar a tomar un café”. Les juro que fue así. No es un chiste. No era una parodia de un velorio. Tal vez, en tal caso, mi tío sea una parodia del tío a lo sumo. Pero les juro que en ese momento (y con todo el dolor que me aquejaba en ese entonces la partida de una de las dos personas que la vida más me ha hecho extrañar) pensé que lo mejor sería arrancarle los brazos y utilizarlos para molerlo a golpes. “Nos tenemos que juntar a tomar un café”… dios mío. ¿Sabe que es lo peor? Yo, más niño –menos crudo entonces – le dije que sí, que me encantaría. Incluso habremos hablado de cómo esta era una oportunidad para recomponer relaciones y demases. Insisto yo, más niño, no entendí lo que se venía. “Bueno, entonces la semana que viene tal vez...” ¿Sabe lo que me dijo? Sí, correcto otra vez.  “Va a estar medio difícil estos días, con todo esto… pero…”