viernes, 6 de septiembre de 2013

diez años no es nada

¿Diez años no es nada? ¡Ah no! ¡Veinte años no eran nada! Bueno, tal vez veinte años no sean nada. Pero diez años son, cuando menos, un montón. Diez años, si llegan a suceder en el rango etario apropiado, son lo suficiente para vivir dos o tres vidas o alguna agonía extremadamente larga. Diez años no serán nada para quien vive en la trampa de la felicidad: diez años no son nada para quien se ha dedicado a su empleo, quien ha “invertido” su tiempo en el estudio y la familia, para quien se ha creído el cuento del sueño americano. Así, entre la carrera universitaria, el alquiler, el compañerismo, mantener la llama, los hijos, las cuentas, la cochera, los años pueden volar. Puede usted despertar una mañana y tener cincuenta años. ¡Dios quiera que esto no le ocurra! Yo, al día de hoy, no he visto cosa más patética que el pobre cincuentón de pelo largo arriba de un auto importado con una mina considerablemente más joven al lado. ¡Pobre del hombre que despertó a los cincuenta años y ahora no tiene más que enfrentar la crisis! ¡Pobre del hombre que se dedicará a inventarse una vida de felicidad comprada, siempre y cuando sus ingresos se lo permitan! Un hombre al que entre pantomimas de felicidad se le ha escapado la vida y, en su afán por recuperarla, no ha dado con mejor solución que esconder la cabeza cual avestruz. ¿Cuánto tiempo más, eh?

¡Si ese hombre supiera! Si ese hombre pudiera o hubiese podido comprender. Si un día no se hubiera dejado distraer por la cochera, el auto, los servicios. Si por un día no hubiera prestado atención a las cuentas, los apuntes, las flores. Si hubiera dejado todo eso por un día y hubiese visto todo lo que se gana y se pierde en diez años. Todas las vidas que se viven en diez años. Todas las muertes que se lloran en diez años.



Yo, por mi parte, ya estoy un poco cansado de tantas vidas. Medio que me siento como que ya no quiero ser John Malkovich. Pero eso no sería nada. El cansancio y las vidas no pesarían ni un poco, si no fuera por tantas muertes. Agota la vida abrazado a Hades, en las puertas de su reino. Yo, de haber sabido, creo que me quedaba con la crisis de los cincuenta. 

domingo, 1 de septiembre de 2013

Nunca es triste la verdad...

Podrían haber hecho una de esas demoliciones programadas; de esas que se ven en la tele, ¿no? Usted ve el noticiero y dice que en algún lugar del mundo demolieron tal edificio enorme. Y las imágenes lo corroboran: una pequeña explosión, humo, tierra y desmoronamiento. Probablemente ahí acaba la imagen televisiva, para repetirse dos o tres veces. De todos modos, no necesitamos ver las imágenes subsiguientes, esas que no nos muestran. Nos mostrarían, justamente, que no ha quedado nada allí donde estaba el enorme edificio. Cuando se asienta la nube de polvo y el humo se disipa, lo que queda del edificio son escombros que serán luego removidos con alguna máquina diseñada para tal fin.

Podrían haber hecho una de esas demoliciones programadas. Una implosión y un poco de limpieza. Y a otra cosa mariposa (sisi, a otra cosa mariposa… fuerte, pero no nos desviemos). Podrían haber arreglado todo de una forma tan sencilla y decorosa. Solamente se necesitaba un poco de planificación, unos ingenieros civiles, acaso algún arquitecto, un cordón de seguridad por si las moscas (aparentemente más de una de esas frases hechas de antaño invocan a los insectos).

No digo que una demolición programada sea algo sencillo (decir moco de pavo me parecería abusar del recurso). No, no es fácil e incluye un despliegue importante. Pero creo que los resultados podrían haber sido considerablemente mejores. ¿Sabe qué? El noticiero nos muestra la destrucción que sigue a la pequeña explosión. El derrumbe, el humo, el polvo. Vemos eso y no más. Pero, ¿para qué se hace una demolición? Se hace porque el edificio en cuestión probablemente no cumpla con las funciones para las que alguien lo quiere o quiso. Pero, insisto, lo que no vemos es que en realidad alguien quiere el espacio donde estaba ese edificio para nuevas funciones. Se demuele el edificio porque alguien ha de construir algo en ese mismo terreno.

Entonces, insisto, podrían haber hecho una demolición programada. Después limpiábamos y, con un poco de suerte, en algún momento comenzábamos la construcción de algo nuevo. Ahora, en vez de eso, empezaron a desmontar por partes. Sacaron unas chapas primero. Rompieron un par de paredes, se llevaron algunas vigas. Movieron un par de placas de hormigón. Sacaron algunos caños. ¿Qué ha quedado? Ha quedado algo que parece un edificio, pero que no lo es. Ha quedado un caparazón. Ha quedado la carcasa de un edificio. Ha quedado un lugar que ya no es habitable y en el que no se puede construir. Uno de esos lugares que han sido condenados a la suspensión en el tiempo. Un lugar que observará el progreso y el avance alrededor y seguirá, de pie, muerto.