jueves, 9 de febrero de 2012

Tristes hombres (si no mueren de amores)...


No se cuán novedosas puedan resultar las palabras “mi vida ha dado un vuelco”. Creo que deben ser utilizadas a diario y en varios idiomas. Generalmente deben ser mal utilizadas, pues no ha de haber tantos vuelcos en las vidas de las personas. Dicho esto, e intentando evitar el cliché, diré que ciertos sucesos de los últimos tiempos me habían hecho pensar que estaba cerca de volverme loco.


He llegado al punto en el que he perdido algunos placeres cotidianos a los que, debo reconocer, nunca había dado la importancia suficiente. Por ejemplo, ya no puedo dormir. Ya no puedo, tampoco, recostarme en la cama y pensar en nada. He perdido la capacidad de sostener charlas de ascensor con las personas. De más está decir que se han perdido las sonrisas. Paradójicamente, ya he perdido también el llanto. Hoy día, es más como si después de encoger los hombros y bajar la cabeza, sólo dolor brotara y ya no lágrimas. Esto sería ideal si el dolor fuera un recurso no renovable, pero manejo la hipótesis contraria.


En este derrotero de la pérdida, que creo que sí puede ser común a varias personas, parece no quedar más remedio que la espera. Parece que los cientos de infelices que dicen “todo pasa” o “bueno, seguro que es para bien” tienen razón. Parece, ¡pero que Alá no permita que esto sea cierto! ¿Puede alguien intentar explicar felizmente la idea de que todo pasa? Es terrible, es trágica. Yo, al menos, no quiero que todo pase. No quiero vivir en un mundo así.


(Insértese aquí un párrafo que desarrolle la idea presentada en el anterior sobre lo triste que es pensar que las cosas tienen un curso normal que tiende a sostenerse a pesar de cualquier situación, por irreversible que sea. Un mundo con gente que mantiene “todo pasa” como una verdad, tiene que ser un mundo infeliz)


Lo he meditado algunos días, y me di cuenta de lo verdaderamente triste de la situación. Lejos estoy de estar volviéndome loco. Me estoy volviendo cuerdo.