Y no hubo besos, ni vino a casa. Besos no está bien dicho:
no hubo un solo beso. No hubo caricias. No hubo suspiros ni sonrisas. Solo hubo
desamor. El desamor que se siente en cada ojo que tarda un segundo más en
pestañar. El desamor que se siente en la sequedad de la boca, en la lengua que
tiene que mojar los labios cada dos palabras. El desamor que ocupa todos los
espacios cada vez que los ojos buscan escapar hacia los costados. El que llena
el pecho y no deja espacio para que vuelva a entrar el aire ante cada
exhalación pronunciada.
El desamor avanza, lento, pero nada perezoso. Avanza como lo
hace una hilera de hormigas, en forma sostenida y organizada. Avanza aunque uno
intente borrarlo de un manotazo o pegarle un par de pisotones. El desamor
hubiera acabado con la línea Maginot en segundos. Imagine usted que clase de
resistencia puede haber ofrecido su servidor.
Ahora, puede darse, que en algún momento, el desamor canse.
Pero que canse en serio. No como esos momentos en los que se sabe de la
presencia del desamor, se la respeta, se la llora y se la acepta y posterior al
llanto llega un fulgor renovado que pensamos será eterno, pero se conforma con
morir en un nuevo llanto a las pocas horas. No, no ese cansancio. Sino un
cansancio más profundo, más íntimo. Una comezón interna que pide enfrentar al
desamor. Un joven rebelde interior, que puede saber, en el fuero íntimo, que la
lucha está perdida, pero que al mismo tiempo no puede con su condición de joven
rebelde y levanta las banderas del romanticismo, las hace flamear y carga,
solo, contra tanto desamor.
Allá va. Hemos de mirarlo y desearle suerte. Hemos de
vitorearlo y cantar loas en su nombre. Hemos de elogiar su coraje. “Solo,
contra tanto desamor, ¿quién pudiera? ¡Que valentía!” Si, hemos de enamorarnos
y creer en su causa. Hemos, también, de mostrar la hilacha. Diremos que es una
batalla perdida, que deseamos lo mejor, pero sabemos que no hay manera. Diremos
que esperábamos su caída, pues nadie puede solo contra tanto desamor. Hemos de
agachar la cabeza y caer en la ambigüedad de regodearnos por haber tenido razón
y maldecir por haberla tenido.
Pero, quien sabe. Será cuestión de tiempo. Algún día llegará
un “Neo” que sepa enarbolar correctamente esas banderas que tenemos
esperándolo. Que las lleve a la victoria. Que rompa con nuestras matrices y
acabe, de una vez por todas, con tanto desamor. Será cuestión de tiempo.