viernes, 14 de septiembre de 2012

Ahora (que soy jovencito)


Y no hubo besos, ni vino a casa. Besos no está bien dicho: no hubo un solo beso. No hubo caricias. No hubo suspiros ni sonrisas. Solo hubo desamor. El desamor que se siente en cada ojo que tarda un segundo más en pestañar. El desamor que se siente en la sequedad de la boca, en la lengua que tiene que mojar los labios cada dos palabras. El desamor que ocupa todos los espacios cada vez que los ojos buscan escapar hacia los costados. El que llena el pecho y no deja espacio para que vuelva a entrar el aire ante cada exhalación pronunciada.

El desamor avanza, lento, pero nada perezoso. Avanza como lo hace una hilera de hormigas, en forma sostenida y organizada. Avanza aunque uno intente borrarlo de un manotazo o pegarle un par de pisotones. El desamor hubiera acabado con la línea Maginot en segundos. Imagine usted que clase de resistencia puede haber ofrecido su servidor.

Ahora, puede darse, que en algún momento, el desamor canse. Pero que canse en serio. No como esos momentos en los que se sabe de la presencia del desamor, se la respeta, se la llora y se la acepta y posterior al llanto llega un fulgor renovado que pensamos será eterno, pero se conforma con morir en un nuevo llanto a las pocas horas. No, no ese cansancio. Sino un cansancio más profundo, más íntimo. Una comezón interna que pide enfrentar al desamor. Un joven rebelde interior, que puede saber, en el fuero íntimo, que la lucha está perdida, pero que al mismo tiempo no puede con su condición de joven rebelde y levanta las banderas del romanticismo, las hace flamear y carga, solo, contra tanto desamor.

Allá va. Hemos de mirarlo y desearle suerte. Hemos de vitorearlo y cantar loas en su nombre. Hemos de elogiar su coraje. “Solo, contra tanto desamor, ¿quién pudiera? ¡Que valentía!” Si, hemos de enamorarnos y creer en su causa. Hemos, también, de mostrar la hilacha. Diremos que es una batalla perdida, que deseamos lo mejor, pero sabemos que no hay manera. Diremos que esperábamos su caída, pues nadie puede solo contra tanto desamor. Hemos de agachar la cabeza y caer en la ambigüedad de regodearnos por haber tenido razón y maldecir por haberla tenido.

Pero, quien sabe. Será cuestión de tiempo. Algún día llegará un “Neo” que sepa enarbolar correctamente esas banderas que tenemos esperándolo. Que las lleve a la victoria. Que rompa con nuestras matrices y acabe, de una vez por todas, con tanto desamor. Será cuestión de tiempo.

La hora, juez!

... pero a veces, solo a veces, están esos momentos extraños. Esos momentos donde ella busca cubrirse, donde no dice todo. Y es ahí que deja esos espacios... esos espacios....
Pero yo ya no soy Iniesta. Estoy más cerca de un pochi chavez, que se ve que es un tipo que ha sabido, pero está perdido. Medio atolondrado, ponele...