martes, 13 de mayo de 2014

A su marcha todo hace temblar

La tarde es gris. Llueve. Vienta (puristas abstenerse). Las gotas parecieran querer disipar lo que se gesta.  El otoño empieza a dar lugar a un invierno que promete ser crudo. Pero todavía falta. No hay que rendirse ante la llegada de los inviernos crudos. Todavía, en nuestro otoño, se puede dar pelea. Se sabe y se siente. Se intuye y se palpa que hay que dar de pelea. Quien se deja detener por un invierno no merece la victoria. Y así, no hemos de dejarnos amedrentar tampoco por la lluvia y el viento. Las gotas, cual emisarias del poder, pueden buscar intimidarnos o enviarnos a casa. ¡Qué busquen!

El clima es tan adverso como el panorama. Diagnóstico y pronóstico son esquivos. ¿Cuándo no lo han sido? ¿Ha importado eso? ¿Importa, ahora? El canto le avisa a las gotas que no han de lograr su cometido: no hemos de movernos. El canto le afirma a las gotas que somos uno, impenetrable, y que su fuerza no sirve de nada. Ardemos y las gotas pueden intentar, en vano, apagarnos. Ardemos. Somos amor que se hace furia. Somos furia que se hace canto.


Mientras tanto, en la torre del reino observan con temor. Pensaban que la lluvia tal vez pudiera hacer algo. Pensaban que callaríamos. Pensaban que la resistencia podía aplacarse. ¡Qué piensen! Todos (y no sólo en la torre) miran como la resistencia se afirma. Miran como la lanza de la resistencia se vuelve cada vez más aguerrida. Ven como el rostro se endurece y el canto se hace fuego. Ven y temen. Saben que todo ese fuego pronto ha de arrasar con sus torres y acabar con ellos. Saben que ya no ha de alcanzarles con partir una lanza, ni con una lluvia ni un crudo invierno. Han de necesitar mucho más. No podrán con el apoyo de todos los mercaderes ni los reyes de turno. No pueden si quiera, contar con el paso del tiempo. Este fuego no se apaga. Este fuego es amor, es furia y es canto. Y sigue. Siempre. No se va.