lunes, 2 de diciembre de 2013

El Pueblo


Yo nunca fui a la cancha. Mentira. Fui a la cancha tres o cuatro veces. Vi Boca – Cobreloa (goles de Tevez diría), Boca – Talleres (un día que se peleaba un campeonato), Boca – Paisandú (gol de Iarlei pero para ellos). No sé ni siquiera muy bien por qué me acuerdo de estas cosas, ya que en realidad mi experiencia más memorable en la cancha fue que volviendo en un colectivo desde la Boca (ah, soy hincha de boca, por las dudas) me robaron una gorra que yo adoraba. Desde ese día, no viajo más en el asiento inmediato a la puerta en ningún colectivo. Eso es un recuerdo memorable, caray.

En fin, si bien yo nunca fui un tipo de cancha, sí he sabido apreciar los cánticos futboleros. Debo reconocer, en este punto, que la hinchada de San Lorenzo (equipo al cual debo dedicar mi desprecio más visceral) tiene cierta dote artística para enarbolar estas canciones, al igual que la hinchada de Chicago. Claro está que estos gustos son totalmente subjetivos, pero me permito ciertas prerrogativas visto y considerando que soy quien escribe. Yo he sabido apreciar las canciones de cancha incluso cuando entiendo las limitaciones que presupone la métrica y su difícil conjugación con la fuerza que necesita un canto de ese estilo. La canción de cancha se ha transformado, acaso con el tiempo o las vicisitudes de la vida, en un grito de guerra. Quedan pocas canciones felices del estilo de “vení vení, cantá conmigo” y la amplia mayoría se limitan a vituperar contra propios y/o ajenos. Debo aclarar (por si el lector fuese muy benevolente o hiciera falta) que este no es un escrito de Dolina ni de Fontanarrosa – que bien podrían, o acaso lo hayan hecho, elaborar disquisiciones sobres las canciones de cancha mucho más acertadas que esta. No, este es un escrito sobre otra cosa. Pero necesito también aclarar que entiendo que el grito de guerra no siempre pretende ser acertado. El grito de guerra busca un efecto determinado. Que el soldado sea bravo, que el jugador corra, que el técnico se retire, que el árbitro se amedrentare por sus preferencias sexuales y cobre un penal para tal o cual equipo. Sin embargo, si bien entiendo esto, no dejo de sorprenderme por los errores conceptuales de ciertos cánticos He aquí la cuestión que me aqueja.

Resulta que no tuve mejor idea que andar dando vueltas por Caballito uno de estos 8N. Ojo, no era un ochoene, era un día de un mes que ni siquiera era noviembre (aunque ene le quede mucho más top). Cuestión que yo pasaba incidentalmente por ahí y me topé con el cántico “o lelé, o lalá, si este no es el pueblo, ¿el pueblo dónde está?”

Sé que no está bien, pero me brotó un odio que es difícil de conmensurar. Veía a esa gente, a mis vecinos incidentales y pensaba que esto no debía estar pasando. Supongo que no hace falta que diga que no compartía los motivos de su protesta, pero además…. “¿el pueblo dónde está?”. No pude sino dudar de la veracidad de la pregunta. La gente que está en esta esquina se arroga la potestad y persona del pueblo. ¿Se la arroga conscientemente? ¿Se cree, genuinamente, el pueblo? ¿O hacen más bien como esos periodistas que dicen “en la calle se dice…” o “la gente dice…” cuando no quieren hacerse cargo de lo que ellos dicen?

Traté de debatir todas estas cuestiones a los pocos días de esta protesta con alguien cercano que las apoyaba. Creo que este odio del que hablaba no me dejó expresarme claramente. Sin embargo, todo llega. Hoy llegó más claridad, en forma de video en la interné. Y me encontré con la respuesta a mis preguntas y a las de los vecinos de Acoyte y Rivadavia. Éste es el pueblo, está acá. No se olviden. Ustedes ni nadie.