domingo, 22 de agosto de 2010

...o dominados...


Alguien me hizo notar la gravedad de la situación unos días atrás. Cuando me dijeron lo que sucedía, temí. Debo decir que de alguna manera subconsciente, yo estaba al tanto de lo que ocurría; pero el no haberlo verbalizado – probablemente por el propio miedo – me mantenía a salvo. Ahora todo era distinto: una vez más me acechaba una paranoia casi norteamericana.

No me dejé estar. Mejor dicho, no me dejé estar más de lo que ya me había dejado. Como buen hombre moderno, procedí a la solución del problema con el primer paso con el que todo hombre procede en estos tiempos: hice una búsqueda en internet. La situación empeoró.

Uno de los resultados con los que di definía a la pelusa como “polvo y suciedad que se acumulan en los lugares que se limpian con menor frecuencia”. Esto no sería nada, si el diccionario no proveyera un ejemplo. En este caso decía “hay pelusas detrás de cada puerta”. Estaba todo dicho.

Mi casa tiene diez puertas, sin incluir armarios – las acabo de contar. Terrible. Siniestro. Detrás de por lo menos nueve de estas puertas hay pelusa. Las estadísticas nos condenan. Como simple ejercicio mental imaginemos que hay diez casas por cuadra con diez puertas por casa. Si su barrio tuviera solo diez cuadras, habría en su barrio unas mil puertas, de las cuales novecientas, contarían con pelusa – o pelusas como prefiere decir el diccionario.

¡Tema! ¡Corra y grite! Escóndase detrás de la puerta que no tiene pelusa y ciérrela. Usted pensará que es solo pelusa, pero si se detiene un segundo, hay algo que el diccionario no le dice. Claramente, las pelusas forman colonias y sociedades complejas: tengo una Roma de pelusas detrás de la puerta de mi cuarto y una Grecia de pelusas entre los cables de mi computadora. No son una pelusa suelta de esas que quedan debajo de la media y usted remueve cuando se sube a la cama, no. Son largos conglomerados de pelusa, desentrañables.

¿Ya se dio cuenta? La pelusa sabe. Se queda detrás de la puerta, para eventualmente prohibirme la entrada y toma la computadora para dominarme desde la tecnología.

Espero que este escrito llegue a tiempo y usted pueda hacer algo al respecto. Yo estoy paralizado por el miedo. Esto es lo más que puedo hacer…

miércoles, 30 de junio de 2010

Y hacia Caballito vamos...

Yo no nací en Caballito, no. Yo nací en el Sanatorio Anchorena, por Palermo-algo hace un buen tiempo. Y no es un tecnicismo eh, tampoco vivía en Caballito en ese entonces. Vivía en Almagro, o Villa Crespo, ya ni recuerdo. Si lo pienso, he vivido en tantos lugares que es mejor no pensarlo.

Pero lo que sí sé es que no nací en Caballito. No, no. Caballito es el barrio que elegí para morirme. Sí, hace cuatro años me vine para Caballito, movido por las circunstancias. Me corrieron, me echaron de Almagro. Me exiliaron. Y decidí pasar mi ostracismo en Caballito.

¿Que por qué? No, no es que disfrute pisar mierda todos los días. No, tampoco miro vidrieras. No, no son las confiterías y las casas bajas, ni esquivar a los viejos con paraguas. No. Como le dije, a Caballito me trajeron las circunstancias y creo que fue el mismo día que llegué que me di cuenta que me moría acá. Eso si que me acuerdo. Lo que se lloró ese día… amuchado en un rincón, abrazando a mis rodillas y llorando. Bueno, ese día me morí un poco, en el exilio. Y tal vez fue ahí que me di cuenta. Me gustaría pensar eso, y no que tardé cuatro años más en notarlo.
* * * *

Cuatro años después sigo en ese rincón, abrazando mis rodillas. Cuatro años después sigo entre llantos, en el rincón. Hoy sé que ya está. Dígale como quiera: las cartas están echadas, el destino está escrito, la suerte… algo. Esto que parecía un exilio, del que las circunstancias acaso podrían haberme quitado, se convirtió en eterno. Se instaló, como la niebla que se recuesta y pone cómoda entre dos montañas y no parece querer levantarse. Así, mi exilio solo llega a su fin con mi muerte. No muero de pie, ni viví de rodillas. Viví amuchado, en un rincón, llorando.

martes, 16 de febrero de 2010

De muertes y apagones

¡Que los libros digan lo que quieran! (después de todo, para eso son libros, si no hubieran sido meros diarios, revistas o cuadernos. Pero ¡claro! Como no toleraban los cuestionamientos, prefirieron ponerse una tapa rimbombante y hacerse libros – a fin de cuentas son iguales a nosotros, que cuando nos cansamos de los cuestionamientos envejecemos. Todo el mundo sabe que las personas envejecen con el único objeto de ganar impunidad y la mayoría muere de puro ambiciosos.)

Cuestión que los libros pueden decir lo que quieran sobre Thomas Edison y su muerte. Los libros le inventarán cualquier fecha, pero usted y yo sabemos que Edison murió el 15 de febrero de 2010, dejando atrás a todo el barrio de Caballito sin luz por largas horas. Claro está, la energía eléctrica había decidido velarlo.

Pero quien sabe cómo o por qué tramoya del destino, habrá nacido esa madrugada en algún rincón otro Edison – o por lo menos un Tesla – porque tan repentinamente como se había ido, la luz volvió. Y volvió con tanta alegría que hizo una fiesta inigualable, quemando todas las computadoras y heladeras del barrio de Caballito.

Pero claro, todo esto no aparece en los libros. ¡No importa! Esta humilde hoja un día también se va a cansar de que no la escuchen, de las risotadas burlonas mientras la leen. Se va a cansar, le van a salir arrugas, se va a poner amarilla y se va a convertir en un viejo libro.

Y ahí, ese día, ella se va a reír y podrá decir todas las incoherencias que quiera, impunemente – como solo los libros y ancianos pueden hacerlo