Sí, así pasa con todo. ¿Cuántas
cosas han quedado para otro momento en los últimos años? A veces pienso que
sería mejor ni pensarlo. Seguramente podría generarse una lista interminable. Y
“otro momento” no ha llegado. Y le digo que han pasado años, eh. Pareciera que
no es tiempo de “otro momento”. “Otro momento” se esconde; es esquivo; no
llega. “Otro momento” huye, como todo ha huido alguna vez, como todos hemos
huido alguna vez.
Una postergación eterna. Mi vida
se ha convertido en eso tan temido. Una vez me crucé a uno de esos tíos que se
ven solamente en navidades o velatorios. De hecho, tengo la suerte de no verlo
en las navidades, así que estoy seguro que me lo crucé en un velatorio. Adivine
en que se cerró la conversación. Como diría Susana “coooorrrrectoooo” (Susana
agregaría algún comentario de lo más estúpido como “ay yo no tenía idea” o “que
suerte que tuvieron” o “esta la sabía” en caso de que la pregunta sea algo
sobre modistos o Miami - pero todo esto
no viene al caso). Sí, terminada nuestra charla de ascensor – porque las
charlas de velatorio comparten mucho con las de ascensor – me dijo “nos tenemos
que juntar a tomar un café”. Les juro que fue así. No es un chiste. No era una
parodia de un velorio. Tal vez, en tal caso, mi tío sea una parodia del tío a
lo sumo. Pero les juro que en ese momento (y con todo el dolor que me aquejaba
en ese entonces la partida de una de las dos personas que la vida más me ha
hecho extrañar) pensé que lo mejor sería arrancarle los brazos y utilizarlos
para molerlo a golpes. “Nos tenemos que juntar a tomar un café”… dios mío.
¿Sabe que es lo peor? Yo, más niño –menos crudo entonces – le dije que sí, que
me encantaría. Incluso habremos hablado de cómo esta era una oportunidad para
recomponer relaciones y demases. Insisto yo, más niño, no entendí lo que se
venía. “Bueno, entonces la semana que viene tal vez...” ¿Sabe lo que me dijo?
Sí, correcto otra vez. “Va a estar medio
difícil estos días, con todo esto… pero…”
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