Un tipo se planta delante de otro
tipo. De cien tipos. De miles de hombres y mujeres. De millones de personas.
Virtualmente, el tipo se planta delante de todo el mundo. Se planta. Y dice
algo. El tipo parece saber lo que está diciendo. Lo lee, pero podría saber de
lo que está hablando. Sin embargo, es difícil creerle. Es difícil, incluso,
querer escucharlo.
El tipo es distinto, y eso se
nota. Él también lo sabe, aunque no parece importarle mucho. Lee y dice lo que
dice sin dejarse llevar mucho por su apariencia o su forma de hablar, que acaso
no sean las mejores. Lee y no presta atención al hecho de que muchos no le
presten atención.
Ha de estar nervioso también. Un
tipo sólo. Un desconocido. Hablándole a millones de personas. No ha de ser
fácil. Y más aún, cuando el tipo – que
se sabe distinto – también sabe que no queremos escucharlo. Él sabe que no
podemos ni queremos creerle.
Y ojo. No es que necesariamente
seamos una mierda, cosa que también podría ser. Pero no. No lo somos,
supongamos. No somos Descartes, pero sí que somos escépticos. El mundo, la
vida, la historia nos han hecho así. Nosotros lo sabemos y el tipo lo sabe,
pero igual dice lo que quiere decir. Sabe que millones de otros tipos no
quieren pero igual han de escucharlo.
Uno pensaría que si un tipo tiene
el tupé de venir a decirle algo a otros tantos millones, debe ser que tiene
algo importante que decir. Sin embargo, el mundo, la vida, la historia nos han
enseñado que esto no es así. Hemos aprendido – a los golpes, como
lamentablemente se aprenden muchas cosas – que no siempre que alguien habla
tiene algo importante para decir. Tenemos los golpes frescos y asumimos que
este tipo no tiene nada nuevo. Lo escuchamos a regañadientes. Lo escuchamos
esperando que termine, porque sabemos que nos va a decir pavadas. Y él tipo lo
sabe, pero igual dice.
Como era esperable, sus palabras
producen poco impacto. Es difícil dar magnitud a ciertas cuestiones desde la
contemporaneidad. (¿Imagina usted que la mujer de Cortázar haría un circo cada
mañana? Podría este escrito extenderse en miles de ejemplos de este fenómeno,
pero tome el que a usted más le guste) Es difícil creer lo que ha dicho este
tipo. Es difícil querer escucharlo. Es difícil ponderarlo desde nuestro mundo,
nuestra vida y nuestra historia.
Un hombre, dos, cientos de
personas revuelven la basura buscando sobras de la vida de otros para armar una
propia.
Un hombre, dos, cientos cortan
las calles y rutas esperando que alguien los vea y los oiga.
Un hombre, dos, cientos mueren de
hambre en silencio
Un hombre, dos, cientos escuchan
a este tipo y simplemente no pueden creerle, aunque quisieran.
Pero el tipo se sienta y dice lo
que quiere decir.
Pasan unos diez años y el tipo ya
no está. El tipo se ha ido y uno, cien, miles, lo han llorado. El tipo ya no
está y ahora es difícil no querer escucharlo. El tipo ya no está, pero ha dicho
lo que tenía que decir. Ha hecho lo que quería hacer. Hay menos que revuelven
la basura. Hay menos que cortan las calles. Hay menos que mueren en silencio.
Hay más que creen.
El tipo no está, pero dijo lo que
quería decir. Contó sus ideas y compartió sus sueños.
El tipo no estará más, pero nos
ha cambiado el mundo, la vida y la historia. No está más, pero vive en uno, en
cien, en millones de personas.
El tipo, entonces, está.
Hermoso. Simplemente hermoso este escrito.
ResponderEliminarMuy bueno loco! Genial el cierre!
ResponderEliminarBellísimo. Pero fueron aquellas palabras las que comenzaron a acercarnos a aquellos que no lo habíamos votado y lo escuchábamos ahí, reivindicando una generación y resignificando la Casa de Gobierno como espacio de poder político del pueblo. Esas palabras produjeron muchísimo impacto. Quizás no en cantidad pero sí en intensidad en quienes más tarde lo lloraríamos sin que la vida nos diera la revancha de poder votarlo.
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