viernes, 16 de noviembre de 2012

Quedamos los que puedan sonreir...


Los emperadores y los mercaderes seguían, como siempre habían seguido, encerrados en sus mundos. Cubiertos por sus tesoros y protegidos por sus perros. Seguían, como siempre habían seguido, sin importarles el destino de la República – hoy devenida en imperio – tras haber acabado con la resistencia.

Los hombres y las mujeres seguían azorados. Los meses que iban y venían no traían consuelo ni explicaciones. El estupor no solo no los abandonaba, sino que se acrecentaba con cada día, con cada golpe. Los niños ya habían dejado de lado las sonrisas. Ellos sabían que las cosas habían cambiado, pero tal vez aún no comprendían la gravedad de la situación. De una situación que ya no parecía permitir retorno.

Pero, hay que decir, que la resistencia nunca muere. Nunca. Todavía quedaban aquellos viejos que se reunían en rincones ocultos, en antros a conjugar planes y recordar las hazañas de quien era conocido como el último bastión de la – aparentemente caída – resistencia. Los viejos se reunían y recordaban la vida antes del ostracismo impuesto en aquel joven. Que distinto era todo. Los más jóvenes, en el vértigo de la vida, tal vez no lo recordaran, pero que distinto era todo. Un joven podría no recordar si había dejado de ir a los bailes o si los bailes habían dejado de existir. Pero los viejos sí recordaban. Los viejos recuerdan. Los bailes se habían cancelado una noche, de repente.

Los viejos se reunían y hablaban en secreto y por lo bajo, de los tiempos de antes. Hasta que uno se ponía de pie y gritaba, en tono de canto “Vos, dejá nomás que algún chabón chamuye al cuete…” Y otro, con valentía gritaba el nombre de aquel joven, con la fuerza de una lanza que se clava en la carne seca de aquellos que no pueden comprender, de aquellos que están congelados por sus tesoros y apartados por sus perros. “Romáaan!”, gritaba uno de los viejos con más valor y lágrimas en los ojos. Una sonrisa se dibujaba en el rostro de los presentes. Una sonrisa cargada de nostalgia.

En otros lugares del imperio, los mercaderes y los emperadores no sonreían. No. Ellos simplemente podían contar con que sus tesoros y sus perros nunca falten, pero sabiendo, también, que la resistencia nunca muere. Que algún día sería su turno, y que no habría piedad.

3 comentarios:

  1. salió nomás el escrito!
    y si pagani lo viera...

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  2. Sos tan hincha de Boca... Pero igual está bueno, me gustó.

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  3. Sos tan hincha de Boca... Pero igual está bueno, me gustó.

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