sábado, 11 de mayo de 2013

De días extraños, cementerios y Neil Armstrong


¿Ha sido todo siempre así o ha habido otros tiempos? Hace pocos días le dije a alguien, citando a otro alguien, que los días extraños nos habían alcanzado. Ahora, sumido en la extrañeza, todo es ajeno. Entre tanto extraño es difícil saber cómo son realmente las cosas. En realidad, el miedo es no saber cómo han sido anteriormente. Sufro un horrible temor al pasado. Pavor al pasado. Dolor del pasado. Añoranzas del pasado.

¿Cómo fue que los días extraños nos alcanzaron? ¿Dejamos, acaso, que eso pase? ¿Podríamos, acaso, haberlo evitado?




Todo aquí carece de vida. Un cementerio. Un depósito de muerte. Muertos, llorados por gente con el alma muerta, que llevan flores muertas, arrancadas de la vida. Un desierto enorme. Un soberbio cúmulo de tristeza eterna, pues no tiene retorno. No hay vuelta atrás ni para los muertos, ni las almas que los lloran, ni las pobres flores, victimas diarias de las almas que lloran. Son, las flores, quienes se han llevado la peor parte: son masacradas en su juventud y enfrentadas con la imagen de la tristeza. Son condenadas a agonizar, adornando la muerte. Finalmente marchitan, vencidas por tanta muerte. No hay flores vivas en el cementerio. No hay almas vivas en el cementerio. No hay gente viva en el cementerio. Un cementerio es como la Luna: un desierto eterno. Ni un habitante. Un grave dolor en el pecho. Un lo que pude ser, mas ya no será.

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