¿Ha sido todo siempre así o ha
habido otros tiempos? Hace pocos días le dije a alguien, citando a otro
alguien, que los días extraños nos habían alcanzado. Ahora, sumido en la
extrañeza, todo es ajeno. Entre tanto extraño es difícil saber cómo son
realmente las cosas. En realidad, el miedo es no saber cómo han sido
anteriormente. Sufro un horrible temor al pasado. Pavor al pasado. Dolor del
pasado. Añoranzas del pasado.
¿Cómo fue que los días extraños
nos alcanzaron? ¿Dejamos, acaso, que eso pase? ¿Podríamos, acaso, haberlo
evitado?
Todo aquí carece de vida. Un
cementerio. Un depósito de muerte. Muertos, llorados por gente con el alma muerta,
que llevan flores muertas, arrancadas de la vida. Un desierto enorme. Un soberbio
cúmulo de tristeza eterna, pues no tiene retorno. No hay vuelta atrás ni para
los muertos, ni las almas que los lloran, ni las pobres flores, victimas
diarias de las almas que lloran. Son, las flores, quienes se han llevado la
peor parte: son masacradas en su juventud y enfrentadas con la imagen de la
tristeza. Son condenadas a agonizar, adornando la muerte. Finalmente marchitan,
vencidas por tanta muerte. No hay flores vivas en el cementerio. No hay almas
vivas en el cementerio. No hay gente viva en el cementerio. Un cementerio es
como la Luna: un desierto eterno. Ni un habitante. Un grave dolor en el pecho.
Un lo que pude ser, mas ya no será.
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