sábado, 11 de abril de 2009

Dancin' days (Las lamentaciones de Jeremías)

Soñaba con ella todas las noches. El sueño podía ser distinto, pero siempre aparecía ella. A veces iba por la calle, caminando. Otras, lo amaba. Y unas tantas le repetía que todo había terminado, que ya no tenía sentido. Él despertaba, en cada una de las ocasiones, como si le hubieran robado una parte del alma, con un vacío en el pecho. Entonces, con el pasar de los días, ella dejaba de ser quien había sido, para convertirse en quien ahora sólo aparecía en sueños. Una mujer que ya no formaba parte de la vida real, que no tenía características humanas. Sólo podía ser soñada y era, así, inalcanzable.


Ella esperaba sentada, en la plaza del barrio. Siempre llegaba antes que él. No porque él llegara tarde, sino que ella prefería llegar antes. Sentía una sensación de control sobre las situaciones. No era sólo una sensación: se sabía en control. Él dejaba todo atrás y la buscaba entre los niños que jugaban a la pelota, las mujeres que tomaban sol, y los viejos que se distraían con el ajedrez. Él la buscaba, al menos tres días a la semana en la plaza del barrio, donde ella esperaba con una sonrisa hasta que sus ojos se cruzaban y él se acercaba rápidamente a abrazarla.


Otra noche, y otro despertar tormentoso. Otro sueño. Ella lo besaba y le decía que ese sería el último beso: sus vidas habían tomado caminos separados y lo mejor que podían hacer era seguir adelante. Además, ya habían dado todo lo posible, para qué seguir lastimándose. Él asentía tímidamente, sabiendo que sólo podía bajar la cabeza. La decisión ya estaba tomada y él no era quien para oponerse. En ese segundo en que los sueños nos dejan saber que son sueños, hizo fuerza por despertar, hasta lograrlo. No pudo, esta vez, contener el llanto. Las lágrimas inundaron su vida. Sabía que ya no lo abandonarían.


Otro miércoles de plaza. Ambos se encontraban en otro banco, cerca de un bebedero. Otra vez, los chicos y la pelota. Algunos pájaros cantando el final de la tarde. Una breve caminata y un café. La charla banal, los besos y los abrazos del caso. Plenitud, así podría describirse lo que él sentía. Ella no tenía porque pensar en otra cosa que la noche por venir y el próximo día. El resto era historia.


Esta vez lo despertó el sonido del teléfono. Era increíble cómo, día tras día, cualquier llamada inesperada le traía esperanzas. Corrió, pensando en ella y aterrizó agradeciendo, pero negándose a inscribirse para una cobertura médica. Quiso reír, pero no pudo. Ni siquiera le quedaban esas muecas. Su vida había alcanzado un tono monocorde, del que creía que no saldría.


Cuando la vio sentada en el banco de la plaza ese viernes, todo cambió. Si bien era su barrio, por primera vez en meses caminaba sin pensar en encontrarla. Se ocultó detrás de un árbol. Espero por unos minutos preguntándose qué pasaría. Su mundo se hizo pedazos cuando lo vio llegar. Pero todo cambió. Hay quienes dicen que después de tocar fondo, sólo queda subir. Esta idea tomó un extraño significado en su mente. Su tristeza comenzó a convertirse en odio, en rencor. Y esta vez sí pudo dibujar una mueca en su rostro.

Como todos los domingos, ella llegó diez minutos antes de lo previsto. Buscó un banco alejado de los chicos, pero cerca de una arboleda. Disfrutaba de sentirse bajo un techo protector de ramas y hojas. Pasó el tiempo, y él nunca llegó. Ella esperó, en vano, viendo a los chicos correr de un lado a otro, a los pájaros huir cuando la pelota les pasaba cerca, a los viejos terminar sus partidas y guardar una a una las piezas. Eventualmente, se levantó y se fue. Caminó rápidamente hasta su casa. En dos meses, los días de plaza nunca habían sufrido alteración alguna. Él nunca llegaba tarde – siempre después que ella, pero nunca tarde. Las malas noticias llegaron por teléfono. Hacía dos días que su familia no sabía nada de él.


Ya no la soñaba. No porque los malos días hubieran terminado. No porque el duelo ya estuviera hecho. Simplemente, ya no dormía. En el sótano de su casa, él también esperaba sentado, con un arma en la mano.

“Es mía”, le dijo y le pegó un tiro en la cabeza.

2 comentarios:

  1. Está muy bueno!

    Fe de erratas (q hincha pelotas no?): tercer párrafo, segunda oración, pusiste "le" en vez de "lo". ("... sus vidas habían tomado caminos separados y LO mejor que podían hacer era seguir adelante." Te lo corrijo como editor, para q cuando estén publicados y hagan copy y paste de esta página no salgan errores!

    Y me acabo de dar cuenta q en un post q puse hace unos minutos, en otro cuento, puse "vanal" q bruto!!

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  2. gracias, ahi lo arreglé.

    creo que es el más retorcido que escribí, pero uno de los que más me gusta. me dice muchas cosas este cuento

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