Te cuento que perdiste. No sé
cómo esperabas que fuera a salir esto, pero perdiste. Bah, asumo que esperabas
algún otro resultado, porque no creo que alguien se encamine a las cosas
esperando la derrota. Pero yo creo que en el fondo sabías. Sinceramente, no
podías esperar otra cosa. Perdiste, espero que por lo menos te hayas dado
cuenta. Porque no darse cuenta es de esas pocas circunstancias gravemente
peores que la derrota en sí. Quien pierde puede, simplemente, reconocerlo,
aceptarlo, felicitar al ganador – si es que hay uno – e intentar seguir viaje.
Pero no ver la derrota… tenerla delante de los ojos y no reconocerla, es
irrevocablemente triste. Por eso, me pareció oportuno avisarte. Perdiste.
Cuesta, sí. Pero lo mejor que te queda es agachar la cabeza, cerrar unos
instantes los ojos y tratar de asimilarlo. Pasar el mal trago, como quien dice.
Ojo, no te ilusiones. Es una de
las más viles mentiras eso de que la vida siempre da revancha. No. No siempre
hay revanchas, así como el hecho de que hayas perdido no implica que haya
ganadores. Nadie gana, acaso, pero a vos te sigue tocando la derrota. La
derrota eterna, dado que no hay revancha. Irreversible. Eso sí es una verdad de
la vida: la irreversibilidad. No hay retorno de derrotas como esta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario