Me resultó bastante llamativo.
Sin darme cuenta, estaba caminando por las cuadras que había caminado siempre
otra vez. Y sin embargo, eran todas calles ajenas. Ese Almagro que supe conocer
parecía estar bastante cambiado. Empecé a notarlo en una esquina, donde antes
había una casa de alfajores y ahora se erige un negocio de telefonía celular.
En esa misma esquina, o mejor dicho, en las otras tres esquinas que comparten
su condición con esta, ahora no hay nada. Antes se mostraban una confitería, un
banco y una casa de ropa. Ahora no hay nada en su lugar, pero el banco, la
confitería y la casa de ropa ya no están. Amigos que habían vivido en esas
cuadras han buscado otros destinos, también. Se ha construido un enorme templo
– sobre el que prefiero que este escrito no haga mayores disquisiciones – que a
su vez se ha extendido para desalojar a una casa que estaba tomada.
En las
cuadras siguientes, ha cerrado un restaurante y hay un enorme agujero donde
había… ¿qué había? Creo que esa es la cuestión: hay un agujero enorme que
pronto será un edificio aún más grande donde antes había algo que ya no está ni
estará. Y no es que quiero hacerme el poeta porque no recuerdo lo que había (lo
que había era una peluquería, pero antes había habido incluso otra cosa). En la
misma cuadra, cerró la confitería que me dio medialunas por unos diez
años. Diez años de medialunas pueden
desaparecer por una decisión y una firma en un papel. Se cerrarán cocinas, se
descolgaran carteles, se tapiaran puertas y ventanas. Y un día vendrá otra
decisión y otro papel, y diez años de medialunas pueden ser una casa de
telefonía celular, un gran agujero, un edificio, un ciber. Pero, ¿qué pasa con
los diez años de medialunas? ¿A dónde van? ¿A dónde va el panadero que hacía
las medialunas? ¿A dónde va el mozo que las servía o el hombre que las
empaquetaba? ¿A dónde va la gente?
Ayer yo caminaba por Almagro y
mientras veía todos estos cambios, mientras veía como un pool ahora era una
juguetería, un nuevo mercado de flores, más agujeros enormes, viendo toda esta
nueva fisonomía empecé a pensar que tal vez ya no estaba yo caminando por
Almagro. Tal vez era otro barrio el que había decidido instalarse encima de
Almagro – acaso a pesar de Almagro – y tapar todo lo que era antes por cosas
que son ahora. ¿Habrá, si rascamos las paredes y los pisos un viejo Almagro
debajo de todas estas cosas nuevas?
O tal vez pasó otra cosa. Tal vez
Almagro encontró la manera de explicarme que las cosas han cambiado. Que las
medialunas no se pueden conseguir siempre en el mismo lugar. Que los celulares
han vencido a los alfajores. Que los edificios fastuosos y vacíos son mejores
que las casas tomadas, aunque estas últimas den vivienda a alguien. Tal vez
Almagro me dijo ayer que ya no tengo que ir a caminar por ahí, que ya no soy
bienvenido. Tal vez mi barrio me echó o simplemente me dijo que lo nuestro no
va más.
Aquí ha de concluir este escrito.
Le propongo dos finales, en los próximos dos párrafos. No quiera leer los dos:
no se puede comprar los dos; no se puede elegir los dos. En el párrafo
siguiente, usted tiene el final feliz, el del vaso medio lleno, y en el
próximo, el del vaso medio vacío. Elija su propia aventura. Yo sé cuál es mi
final.
Tal vez Almagro me mostró ayer un
nuevo camino. Me dijo que diez años de medialunas era lo que necesitaba. Me
dijo que era tiempo de crecer, de buscar, de caminar por millones de nuevos
lugares. De volver a descubrir. Mi sabio barrio supo marcar el rumbo.
Ayer caminé cuatro de las cuadras
más duras de mi vida. ¿Sabe usted cómo darse cuenta de cuando se tendría que
haber ido de un lugar? Cuando las caras de alrededor empiezan a ser otras. He
sido un mal huésped, mi querido Almagro. No supe retirarme a tiempo. Mis
disculpas.
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