Y después de un rato… y ojo, tengamos en cuenta que es un
rato laaaargo largo eh; después de un rato a algún loco se le ocurre decir:
“Pero discúlpeme Equis, ¿usted qué haría?”
Y ahí todos dejan lo que están haciendo. Todos ponemos absolutamente
todo en pausa, porque Equis, que lleva años contándonos lo ineptos que somos y
lo epto que es él, nos va a explicar la verdad de la milanesa. Equis, es tu
momento: brilla tú, loco Equis. Somos todo oídos.
Equis aclara la garganta. Crece el suspenso. Nos comemos los
codos. Se viene la solución a la totalidad de nuestros problemas. Y arranca:
“Bueno, este es un tema complejo”. Relojeamos, entonces, hacia los costados.
Nos preguntamos si a alguien más esto le parece una verdad de perogrullo
(palabra que por cierto tuve que buscar en el diccionario). Y vemos que de
costado también hay alguien relojeando. Vemos eso, pero también vemos a alguien
que dice “¡Por fin! ¡Por fin alguien comprende la dificultad del problema! Yo
creo que Equis tiene claro a dónde tenemos que ir”.
Y yo, yo que estaba relojeando me quedo azorado. Me enojo, me enervo, grito,
despotrico, rio incredulamente. Me pregunto si Equis ha dicho algo que
yo no he escuchado. La tecnología luego me permite comprobar que no es así. La
tecnología me asegura que Equis no solo no ha dicho algo que yo no haya
escuchado, sino que Equis no ha dicho nada. Resulta que después de tantos años,
cuando a Equis le toca la hora de proponer, Equis no tiene nada. Equis se ha
pintado de futuro, para alzar su copa y brindar con el pasado.
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