Si La Negra lo dice, debiera ser
cierto. Sin embargo, a uno le gustaría pensar que no. O tal vez es mejor creer
que los cambios son siempre positivos y deseables. Si todo cambia, no es
extraño que yo cambie. No solo no es extraño sino, acaso, natural.
Veamos: yo he tenido el pelo
largo y he sido pelado; he tenido barba y me he afeitado; he sido católico y
soy ateo. He vivido en Almagro, Villa Crespo, Caballito, Palermo y Balvanera.
He cambiado de colegio, de carrera y de trabajo. He sido amigo de gente con la
que ya no tengo trato.
Sí, la Negra tiene razón. He
escuchado música que ya no escucho. Mi película preferida ya no es Mi Pobre
Angelito. Ya no uso joggings ni jeans rotos. Fui flaco, una vez. Tuve una banda
que ya no tengo.
¡Ay, Negra! Me negaba a creerte
hasta el día de ayer. El segundo fin de semana de Agosto de 2014, a mis 29 días
del Niño, me vengo a enterar – de la forma más triste – que la Negra tiene
razón. ¿Y sabe qué? Yo estaba convencido de que había una cosa – aunque fuera
sólo esa única cosa – que no podía cambiar. Me aferraba a eso que también vos
decías. Eso de que no cambia el amor, el dolor y el recuerdo. No cambiaban,
hasta ayer. Y mire que se lo dice un tipo que nunca fue muy futbolero; pero yo
siempre fue de Boca. Siempre. No le voy a decir que, tal como rezan los
cánticos, lo soy desde la cuna porque sería mentirle. Pero de chiquito sí,
probablemente por las amistades.
Recuerdo, en alguna infancia
llena de fracasos, haber festejado triunfos ajenos contra rivales aún más
ajenos por Copas Libertadores. Y esa había sido la última vez. Algún gol del
Turu Flores en Brasil, o algo parecido. Pero desde ahí, yo no he gritado goles
ajenos, ni siquiera contra los archirrivales. No grité el de la Juventus contra
River, de tiempos lejanos ni el de Nacional del otro día contra los Cuervos. ¡Y
eso que fue en el último minuto!¡Y con lo que odio a los Cuervos! Pero no,
desde aquella infancia remota, no he gritado goles ajenos.
Usted y yo bien sabemos a dónde
va esto. Podrá decirme, entonces, que es cierto. Que todo cambia. Sí, es
posible. A mí, el sábado pasado, cuando promediando la tarde lo vi al tipo
vestido de blanco y rojo, me corrió un escalofrío por el cuerpo. ¡De blanco y
rojo se fue a vestir para peor! Muerte. Y al rato me di cuenta que la Negra no
ha mentido y que todo, efectivamente, cambia: hasta la pasión por los colores.
Porque cuando el tipo clavó el
zapatazo (que ni siquiera fue tan bueno) yo me paré emocionado y grité bajito
(sí, le juro que se puede) un gol. Y ya no era un gol ajeno. Ahora los domingos
sobran. Ahora hay once tipos que todos los domingos se pondrán camisetas que
les queden grandes, que les pesen toneladas. Y habrá, incluso, algún pobre
joven que tenga que ponerse una camiseta hecha de plomo. Algún muchacho tendrá
que disfrazarse de alguien que no es, para mentirle a millones de personas.
Para hacerles creer que la Negra miente y que todo sigue igual. ¡Pobre
muchacho!¡Pobres de todos nosotros ante la llegada de los domingos vacíos! Todo
cambia. Todo. El almanaque ahora esperará la tarde de cada sábado.
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