Uno piensa que está abandonando
los lugares oscuros, los agujeros negros. Uno pretende llenarse de color, de
luminosidad. Uno pone la música bien fuerte y canta, grita. Uno sonríe. Y ahí
viene Edesur, para recordarle a uno que no todo está ganado, ellos vienen a ofrecer
su mierda. Entonces uno la toma, y
nuevamente se llena de oscuridad, de agujeros negros. El color se disipa y la
única luminosidad posible es el rojo de unos ojos encolerizados. El único canto
es el ruido de los golpes de la cuchara de metal contra la cacerola. Uno odia.
Odia mucho y odia con razón. Nadie debería vivir es las tinieblas.
Tengamos cuidado. Nadie debería,
pero hay mucha gente que lo hace. Mucha gente en todo el mundo y mucha gente en
nuestro país vive sin luz, vive sin agua, vive sin comida. Mucho mundo (aunque
para nosotros el mundo sea la Europa Occidental) vive sin vida. Recordemos
esto. Hagámoselo saber a nuestros ojos encolerizados. Recordémonos esto. O no.
Mejor: mintámonos. Sí, digamos que en realidad batimos nuestras cacerolas
porque ningún ser humano debiera vivir sin luz. Digamos algo de Mandela, sí.
Seamos grandes. Seamos los héroes. Copemos las esquinas de Palermo y Caballito
en nombre de aquellos que no son oídos. Ah no. No no. Pará que ahí vuelve la
luz.
Sí. Quedese tranquilo, lo sé. Hay
miles de aristas que estoy dejando de lado. Pero no, ojo. No me tilde de
liviano. Yo escribo esto con la batería que le queda a mi computadora. No, ¡no
me hago el mártir hombre! Le estoy diciendo que tengo computadora. Entiendame.
Lo que le digo es que yo, y usted que lee esto, somos afortunados. Por empezar
yo sé escribir y usted sabe leer, que no es poco. Ambos tenemos una
computadora, desde la cual escribimos y leemos. Aparentemente, ambos tenemos
una conexión a internet (sí, no funciona en este momento que yo escribo, pero
sí funciona en este momento que usted lee). Yo escribo sin luz, desde un barrio
de Palermo. Y no me falta el instinto asesino. No dejo de pensar que saldría a
la calle a matar gente porque me cortaron la luz. Y después me pregunto, ¿a qué
gente tengo que salir a matar? Las respuestas lloverán y serán bastante
distintas en función de su posición en el arco político. Digamos, pueden ir
desde que “hay que acabar con la corrupción” a “no hay que hacer nada porque en
realidad tenemos luz” pasando por “la luz es de los opresores” o “lo natural es
vivir con luz solar”. Lo importante, a mi forma de ver (que claramente no
comulga con ninguna de esas cuatro posturas) es hacerse cargo de esas ideas que
uno sostiene. Buen hombre, no salga a la calle a hacerse escuchar por los que
no son oídos. Salga a la calle, diga fuerte y claro “Me cago de calor, no tengo
agua. Quiero mi aire acondicionado. Se me arruinan las cosas de la heladera”.
Digalo. Digalo claro. Está en todo su derecho de decirlo. Pero no me hable de
“la gente” o “el pueblo”. Usted no es la gente, ni yo tampoco. No somos el
pueblo.
Nadie debería estar sin luz. ¿Y
qué hacemos para que eso pase? Le digo lo que hacemos: hacemos un cacerolazo.
Pedimos que Cristina y Macri (y cualquier gobernador de turno, hablo de Macri
porque es el que me corresponde) nos solucionen el problema con urgencia y si
no que se vayan. ¡Si no saben gobernar que se vayan! ¿Acaso para que les
pagamos sus salarios con nuestros impuestos? ¿Para que se nos rían en la cara? Es
una variante. Yo prefiero pensar que la luz debiera ser un recurso
indispensable y, por tanto, de todos. Yo digo que si edesur, edenor y quien
corresponda nos tuvieran un poquito de miedo, ya hubieran invertido todo eso
que no invierten para que usted, yo y el pueblo tengamos luz. ¿Sabe por qué no
invierte? Porque no tiene miedo. No tiene por qué tenerlo. La temperatura bajará. La luz volverá, nacerá
Cristo y todos habremos olvidado todo. Encenderemos el aire acondicionado y el
televisor y buscaremos alguna otra lucha para dar por los desvalidos. Una
inundación nos vendría bien. Esas cosas sí que nos hacen buenos. (Vayámonos a
la mierda, usted y yo, que es lo que merecemos)
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