A veces me llegan recuerdos de
otro tiempo. Diría, casi, que son recuerdos de otra vida. Lo diría pero no creo
en reencarnaciones ni nada parecido, así que supongo que no puedo decirlo con
exactitud. De todas maneras, no creo que haya que reencarnar para vivir otras
vidas. Yo diría que llevo vividas al menos cuatro. Y me llegan a veces,
inesperadamente, recuerdos: una torta y un baile con una abuela que ya no está
en una terraza que ya no es; un asiento de colegio lleno de frases de canciones
que ya no escucho; un beso que ya no doy; un viaje en colectivo de rutina que
ya no hago. Los recuerdos suelen tener eso. Muchos de ellos son sobre cosas que
ya no son. Mi memoria es selectiva y de corte evidentemente nostálgico. Y decía
que parecen ser otras vidas porque ya no voy a levantarme nunca a las siete de
la mañana para tomar el 124. Nunca voy a volver a sentarme en un banco de
secundario a escribir frases de canciones con liquid paper. No voy a volver a
bailar en un balcón terraza con mi abuela. Entonces esas vidas han muerto. Como
pasa con cualquier muerte, por pequeña que sea, quedan recuerdos, quedan
sonrisas y quedan llantos.
viernes, 5 de diciembre de 2014
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