jueves, 18 de diciembre de 2008

Crónicas de un final Cortazariano anunciado

Hubo una vez una chica que rompió el molde. Ella se supo distinta desde siempre. Era como si ya hubiera conocido todo lo que había por conocer. Quien alguna vez haya tenido un deja vú entenderá su situación. Ella ya había vivido; incluso con su corta edad, su experiencia era mucho más vasta que la de cualquier mujer casada de mediana de edad, que la de cualquier solterona pisando los cuarenta, que la de cualquier anciana que critica y aconseja. Sabía más sobre la vida que sus maestras, que su instructora de gimnasia, que la secretaria que llamaba secretamente a su padre a altas horas de la noche, sabía más sobre la vida que su madre. Su desgastada madre parecía ya haberse rendido. Tal vez la vida no le había sonreído tanto como a otras gentes, pero no podía quejarse. Acaso ese era el problema: quería quejarse, gritar, patalear como cuando niña, pero ya era imposible. Su cuarto de hora ya estaba bastante lejos y sabía que a sus cuarenta y cinco debía ser una esposa fiel y una madre devota y que, ocasionalmente, podría encontrar placer en alguna novela oculta donde pudiera sentirse una heroína, libre, sin restricciones.

Su padre, en cambio, había renovado los aires y estaba en su segundo brío. Parecía ridículo que su madre no lo viera, que no quisiera ver. Ella, por su parte, distinta, no había tardado en notarlo. Entonces, cual adolescente moderna, despojada de su familia iba por la vida, sabiéndose más que el resto y, así y todo, sintiéndose infinitamente pequeña – como si cada día que pasaba se empecinara en achicarla. Con el correr del tiempo, el espejo parecía no devolverle su metro sesenta y cinco, sino un metro cincuenta, y luego treinta, y quince…

El espejo de cualquier otro hubiera volado por la ventana en medio de un ataque de furia, pero el suyo corrió mejor suerte. Una tarde de sábado, de esas nubladas y desabridas, lo descolgó con suma calma y se lo entregó a su padre. “Tomá viejo, me achica el cuarto, no me gusta, ya no lo quiero.” Al volver a su cuarto, una sonrisa un tanto socarrona se dibujaba en su rostro. Tal vez era una pequeña victoria sobre su padre. Él no tardo en terminar con su propia vida, tras haber encogido un metro en solo tres días.

5 comentarios:

  1. Buenaaa

    Ahora sí q con este blog, y el peinado q querés hacer pasar por "despeinado" sos todo un flogger jajaj (no, ni en chiste eh!)

    Muy bueno el escrito, como la mayoría de lo q he leído.

    saludos

    Cruz

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  2. Hola Fer ,cómo estas??
    Hoy decidí darme una vuelta por tu blog.
    Me gustó mucho mucho mucho

    Te mando mis saludos y un beso enorme

    Ceci de JVG

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  3. me decias vagaa pero aca esta la primer seguidora del blog!! muy lindo el textoo ya te lo dije antes! sabri.

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  4. che me encantó! publicá otros!!
    bueniiisimo, en serio...
    pau

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  5. gracias a la gente del joaquín que esta leyendo, o leyó, o leerá. Quiero aclarar que bajo ningún concepto soy flogger, más alla de mi nuevo peinado flogger.

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